¿De verdad que ante la incomprensión sobre el impacto de la tecnología en la infancia la mejor opción es la prohibición?
Pues eso parece que es lo que intentan fomentar algunos medios generalistas ante un artículo en el New York Times. Medios en los que se extrapolan opiniones en las que se comparan los dispositivos digitales con las drogas, mare meva. Sentencias que eclipsan planteamientos necesarios. Por ejemplo, que hay que medir. En la medida está la virtud, que se ha dicho toda la vida, ¿o no es así? Bueno, desde este espacio se seguirá apostando por ello.
Los niños españoles cada vez está más conectados y pendientes del móvil desde una edad más temprana. Según un informe de Norton de Symantec, pasan 2 horas y 14 minutos de media con un teléfono móvil. E invierten más tiempo con su smartphone que jugando en la calle (1 hora y 51 minutos de media). De hecho, prefieren esta actividad a comer chuches. Los progenitores consideran útiles estos dispositivos. Pero también son conscientes de sus aspectos negativos.
Un amplio porcentaje de familias (63%) ha establecido límites de uso. Pero muchas (el 55%) no saben como controlar el consumo de tecnología. Los padres más jóvenes y los de niños más pequeños se desenvuelven mejor, con un rango de vigilancia alto (75 y 74%, respectivamente). Cifras que descienden cuando los padres son mayores y los hijos también (59 y 53%, respectivamente). El informe también evidencia que a los padres les cuesta dar ejemplo.
Renunciar a que los niños aprendan a interactuar con la tecnología es muy poco razonable. La vida cotidiana demanda el uso de ese tipo de dispositivos.
Los padres están obligados a plantearse cómo enseñar a sus hijos a utilizarlos. En el mundo de la educación y la formación también se debe enseñar a extraer lo más prometedor del cambio tecnológico. Y lo único que se puede recomendar es naturalidad, transparencia y un cierto control ejercido con responsabilidad. En el equilibrio, como siempre, estará la clave.