Los estudiantes españoles han mejorado de forma significativa sus resultados en el informe PIRLS. Sin embargo, muchos sienten inseguridad en relación con la práctica de la lectura.
El término «inseguridad» resulta llamativo en este contexto pero no sorprende. A mí no, al menos. Y así lo compartí hace unos días con mi tocaya Elisa Silió para un artículo en El País. No me sorprende porque la lectura es, como hemos comentado en varias ocasiones, una actividad exigente. Y para sentirse uno confiado ha de practicarla de forma habitual.
Los niños y niñas de nueve años a los que alude este titular saben leer (o deberían). Y leen de forma habitual. Pero fundamentalmente ligando esta actividad a las prácticas escolares. El resto del tiempo que dedican a la práctica de la lectura se lo dedican a otros tipo de propuestas: visionado de vídeos en Youtube, lectura de microinformaciones en redes sociales…
De este hecho se deduce que la práctica de la lectura en la escuela o vinculada a la actividad escolar no es suficiente. Los niños tienen que practicar la lectura en casa. Y es muy positivo que reciban un acompañamiento. El porcentaje de padres que dejan de leer a sus hijos a partir de los siete años ronda el cincuenta por ciento, y está demostrado que el hábito de la lectura compartida en el hogar tiene un impacto notable.
Pero hay otra cuestión que me parece clave en relación con la práctica de la lectura en el hogar. Por una parte está el hecho de que debe convertirse en un hábito. Pero también es importante que la lectura esté rodeada de un halo positivo en casa. De nada vale tener la casa llena de libros si están de adorno, por ejemplo. La lectura ha de formar parte del día a día, de las conversaciones y dinámicas familiares, para dejar a un lado esa inseguridad que, en estos momentos, parece que la rodea.
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